viernes, 29 de abril de 2011

Bosque Gallego

El Guía

Relato Breve
Pablo Borghini


Espero que el frío no se adueñe de vuestra alma como lo hizo de la mía. Esta historia, que les voy a contar puede ser algo irreal, o talvez poco creíble. Pero puedo jurarles que fue cierta. Además de asegurarles que ni lo estoy, ni estuve demente, por lo menos no mas de lo que pueda estar cualquiera de vosotros. Aconteció hace algún tiempo atrás, pero aún hoy al recordarla cierto escalofrío recorre mi cuerpo, adueñándose como entonces de mi ser. Por eso he decidido contarla para exorcizar de mi los malos recuerdos. O por lo menos intentarlo. Entremos al fin en la historia que hoy nos reúne frente a estas letras.
Era una fría mañana de invierno, en el hemisferio norte, febrero para ser mas exacto. En la ciudad gallega de la Coruña. Como todos los días me prepare para salir a trabajar, con algo de pereza. Tome un baño rápido y salí a la calle dispuesto con algo de humor, a enfrentarme a la rutina. Lo que sucedió después o mejor dicho lo que recuerdo lo expondré de la forma más clara posible. Todo, pareció borrarse…
Abrí mis ojos. Adormecido, vi la luna redonda, blanca. Me observaba, y yo a ella. El frío que entumecía mi cuerpo, me hizo levantarme. La noche invadía todos los rincones. ¿Dónde estoy? Me pregunte aturdido.
Estaba mojado, cubierto de hojas. Amague unos pasos. Las ramas de un árbol se habían enganchado en mi jersey impidiéndome avanzar y tirándome nuevamente al suelo frío. El miedo comenzó a caminar por mis venas. La boca seca. Dificultaba el paso de la saliva. Solo veía oscuridad a mi alrededor, no tenía idea de donde estaba. Me levante nuevamente he intente ver mas allá de los árboles, pero nada veía. Quieto como una estatua de piedra, silencie mi respiración. Tratando de agudizar mi sentido auditivo, pero no escuche nada.
Presa del pánico comencé a correr, sin dirección ninguna. Comprobando que había sido una mala idea, al volver a caerme unos pocos metros mas allá enganchado en otras ramas. Sentí como una entraba en mi carne y hería mi cara. Pero no dolía. Aún tirado en el suelo, percibí movimientos no muy lejos de donde me encontraba.
Alerta, escuche como otras ramas y hojas se quebraban a poca distancia de donde yo estaba. Ya no sentía el frío, no sentía dolor. Una extraña sensación de que me observaban comenzó a germinar en mi cabeza, haciéndose sitio junto al miedo que reinaba hasta ese momento en mi mente frente a cualquier pensamiento. Solo buscaba un lugar por donde abandonar lo antes posible aquella ubicación. Me quede nuevamente quieto. Escuchando.
Un leve crujir, a mi derecha, me hizo girarme bruscamente. Mi respiración era cada vez mas acelerada, aunque intentaba casi sin resultado que no se escuchara. Nada, no veía nada. Otro sonido un poco mas atrás ya desquicio mis nervios. Me coloque en cuatro patas, dispuesto en un ataque de locura, a saltar hacia el ruido. Mire entrecerrando los ojos como si eso me permitiera ver mas allá.
Mientras la luna observaba, dando algo de luz a aquel siniestro escenario.
En cuatro patas, observando y escuchando, volví a sentir un crujir, de ramas y hojas, confirmando que no estaba solo en ese monte. Pude dirigir mi vista hacia donde nacía el ruido. Y observe, con tanto detenimiento y atención que no vi ni escuche nada mas. Hasta que no muy lejos de donde me encontraba divise una silueta. Se me helo la sangre, y mi corazón comenzó a bombear a una velocidad que podía percibirlo en mi pecho. Todas las ideas murieron en ese momento. Solo, seguí mirando quieto, muy quieto. Mire fijamente hacia donde se veía la silueta. Recordé que estaba en cuatro patas, y la silueta parecía tener mi misma altura. Estaba tan inmóvil como yo. Pero por lo que veía era de una estatura muy pequeña.
Comenzaron a surgir todas juntas, locas posibilidades de huida.
En el cielo, la luna se conjuro con la sombra, y desaparecieron ambas por un momento. La luna tapada por una nube, que odie, y la sombra perdida en las penumbras de una noche sin luz.
Mire todo lo lejos que permitieron mis ojos, nada vi. Espere agazapado como un gato, a que la luna se dignara a prestarme su luz. Así lo hizo después de un rato que me pareció una vida. Aquella extraña silueta estaba allí pero algo mas lejos. Me moví avanzando unos pasos, manteniéndome en cuatro patas.
Sin saber porque avance hacia la sombra. Divise en el centro, de aquel cuerpo, una diminuta lucecita, que parpadeaba a una velocidad irregular. La mire fijamente, y mi corazón recobro lentamente su ritmo habitual. La respiración, comenzó a hacerse mas lenta y algo de calma llegó a mi cerebro. La sombra enana comenzó a moverse lentamente hacia adelante, y yo seguí sus pasos siempre agachado, enganchándome en ramas que parecían afiladas dagas preparadas para hacerme daño.
Así avance siguiendo el camino que trazaba aquel extraño ser, sin percibir ni intuir nada mas que aquel camino que recorría. Sin certeza ninguna. Pero con seguridad abrumadora continué avanzando. A unos cuantos pasos de mi la sombra continuaba lentamente su camino, o el mío. Muchas veces debía parar para apartar arbustos y hojas que no me permitían avanzar, pero nunca perdía de vista el titilar de aquella lucecita enclavada en la sombra. No se cuanto tiempo camine así, como un animal en cuatro patas. Llegamos a una carretera, el frío hacia de mis dientes castañuelas. Estaba empapado. Me erguí algo mareado, intente caminar, pero no lograba estar derecho, los pies no me respondían. El ruido de un motor me hizo despertar de pronto de aquel extraño trance, olvidando todo, corrí hacia el ruido, arrastrándome como pude. De un coche patrulla de la policía de Santiago de Compostela provenía el sonido, que para mí fue un coro de ángeles. Creo que se asustaron tanto como yo al verme surgir de la noche. Los recuerdos se mezclan un poco, luego de encontrarlos. Estaba muy lastimado, El frío me había dejado los pies entumecidos. Se que me preguntaron donde vivía, la verdad no lo recordaba. Subí al coche y me llevaron a la delegación mas cercana.
Estuve tres días desaparecido, y aún hoy el único recuerdo cierto es el que les acabo de contar. Mi familia me busco, y supe, porque tenia un pasaje en mi ropa que estuve en Madrid, aunque aparecí en un monte cerca de la ciudad de Santiago de Compostela. ¿Quién era la silueta que vi, y me guió hasta la carretera? No lo sé ¿Qué me sucedió ? Tampoco lo sé. Si tuve un diagnóstico y lo caratularon con nombre y apellido. Aunque realmente no me han convencido. Lo único que sé con certeza, es que si no hubiese salido de ese monte, no estaría contando esta historia, pues el frío y la lluvia esos días fueron intensos.
Aquel despertar helado de una noche incierta, sigue en mí pues lamentablemente lo revivo cada noche que me entrego al sueño. Pero debo dar las gracias a mi duende, que me permite hoy contarlo calentito en mi cama. Y que me mostró el camino de regreso. Afuera, la lluvia cae, con fuerza en otro intenso invierno del norte… Gracias.

11 de julio de 2010.
Montevideo.