sábado, 26 de julio de 2014

Las tres rejas

Seguimos con la selección de historias para pensar:

LAS TRES REJAS




El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa de éste y le dice:
- Oye maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia.....
- !Espera! - lo interrumpe el filosofo - ¿ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Si. La primera es la verdad. ¿Estas seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
- No. Lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?.
- No, en realidad no. Al contrario...
- !Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces, dijo el sabio sonriendo
- Si no es verdad, ni bueno, ni necesario, es mejor enterrarlo en el olvido.



Reflexión: Muchas veces nos preocupamos por cosas que si las pasáramos por el filtro de las “tres puertas” no merecerían la pena. Es importante valorar y reflexionar antes de gastar energía en asuntos que no lo merecen.


Todo el material es recopilado de la red

viernes, 18 de julio de 2014

Cuentos para pensar


A partir de hoy publicaremos una recopilación de cuentos que invitan a reflexionar sobre diversas cuestiones de la vida. Son cuentos populares, es probable que conozcan algunos.

Desde siempre el Ser Humano ha utilizado cuentos, parábolas y aforismos para transmitir sabiduría. Hay historias que en algunos momentos de nuestra vida pueden llegar a ser un pequeño instrumento para ayudar a abrir las puertas al conocimiento de nosotros mismos a través de la reflexión, a alcanzar nuestro potencial, a afrontar un problema y favorecer un cambio positivo en nuestra vida.

EL COLECCIONISTA DE INSULTOS
 
 Alegoría budista que transcribe Paulo Coelho.


 
Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla. Conociendo la reputación del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.
 
Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío. Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo. Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros. Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.
 
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
 
-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
 
El viejo samurai repuso:
 
-Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.
 
-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
 
Nadie nos agrede o nos hace sentir mal: somos nosotros los que decidimos cómo sentirnos. No culpemos a nadie por nuestros sentimientos. Somos los únicos responsables de ellos. 


Toda la información es recopilada de internet

sábado, 5 de julio de 2014

LOS DONES DEL TRAUMA SILENCIOSO



Psicológicamente es como con las cicatrices del cuerpo: la piel es más gruesa y resistente allí donde se ha autorreparado a partir de una herida. Y existen heridas tan obvias, tan estruendosas, que no hay como ignorarlas cuando una persona describe su historia. Pero hoy quisiera mencionar otro tipo de herida: el trauma silencioso.

El trauma silencioso es aquél que quizás una persona, en primera instancia, no relataría como algo difícil que le sucedió. No es la muerte de un ser querido, una golpiza que le dieron cuando era niño, un accidente, una instancia de abuso sexual... Es eso que, si lo advirtiera, le sería inmensamente lacerante o enojoso... pero que ha quedado encubierto por la realidad cotidiana: se normalizó. Se volvió parte del escenario de los acontecimientos, más que un acontecimiento en sí.

Esto se conoce como trauma de omisión: se define como aquel tipo de situación repetitiva en la que no hay la comisión de un acto injurioso (es decir, no existe una instancia agresiva que haya sido cometida por nadie). Lo que ha dejado una cicatriz es “la ausencia de”: la ausencia de afecto, de soporte, de apoyo, de abrazo, de caricia, de contención emocional en un momento de miedo, de atención, de acompañamiento en situaciones de logro, de redes de seguridad cuando somos vulnerables...

La imagen es la del niño de cuatro años en cuya casa la regla es que “ya es grande y debe vestirse solo”, de manera que va con cualquier ropa al jardín, con el cabello mal peinado, sin que nadie siquiera lo mire antes de salir. O la imagen es la de la nena de seis que ha hecho un dibujo precioso, con todo tipo de brillos y colores, y al mostrárselo a su padre él repite su actitud de siempre: mientras lee, mira TV o habla con “un grande”, un gesto con la mano que significa, calladamente: “No molestes, estoy muy ocupado”. También la imagen es la de millones de niños que han resultado simplemente invisibles en sus casas, porque había demasiados problemas como para que se les tuviera en cuenta, o porque había una situación de duelo que absorbía toda la energía familiar, o porque, simplemente, para muchos padres ser niño es un error, y por lo tanto, hasta que se vuelvan adultos, lo mejor es que no molesten: que existan como niños de manutención emocional barata, pidiendo poco y recibiendo casi nada...

Estos niños, aunque no se les grite, aunque no se les pegue, aunque no se les ponga en penitencia, sufrirán un dolor difuso, difícil de registrar como tal: el dolor de no existir para aquellos que deberían amarlos. El punto es que... no existir ni siquiera para el maltrato es otro tipo de maltrato que, en vez de dejar la cicatriz del filo de un cuchillo, deja una que se parece más a la del ácido sobre la piel, corrosiva, esparcida y profunda.

 Recuerdo a un chico en especial cuyos padres tenían que viajar a otro país en busca de trabajo. Ese niño, -que ya no era tan pequeño- quedó impactado por ver cómo en casa nos abrazábamos tan a menudo. “Se dan un beso antes de irse a dormir!!”, le dijo a sus padres cuando regresaron, como quien cuenta una exótica rareza. Cuando mi madre le acercaba afecto, él se ponía tieso, mas no huraño, como si dentro suyo se debatiera entre recibir, hambriento, la caricia... o huir ante lo desconocido. Y lo desconocido era eso: el afecto. Muchos niños empiezan a volverse conscientes de sus traumas de omisión cuando visitan otros hogares funcionales y advierten que en esa casa las cosas no funcionan como en la suya.

Con frecuencia los humanos repetimos, y quien ha padecido traumas por omisión necesita reconocerlos para, siendo adulto, poder elegir otro tipo de estilo vincular. Pues ya sabemos que lo que no conocemos de nosotros mismos tendemos a actuarlo en conductas (en este caso eligiendo relaciones que ejerzan esa palabra tan efectiva que culturalmente se ha instalado en nuestro país: el “ninguneo”. En nosotros estará el tomar debida cuenta de esta situación, y hacernos responsables de ella para no permitir, nunca más, ser “nadie” para aquellos a quienes consideramos afectivamente “alguien”. Ponerse a resguardo de cualquier nuevo trauma por omisión.

Y, en cuanto a nuestra historia, es en mi criterio siempre indispensable tener en cuenta que, ya sea por comisión o por omisión, todos tenemos cicatrices. Y que, como decía al principio, nuestra obligación para con nosotros mismos es hacernos cargo de ellas, convirtiéndolas en recursos. Con extremo coraje (porque puede dar mucho miedo), atreverse a mirar dentro para hallar a las situaciones y personas responsables de ellas, y atravesar todo el enojo y el dolor que eso genera, hasta poder cruzar ese umbral. El umbral implica soltar el pasado -que cada vez conlleva menos peso- y volvernos dueños de nuestro presente, constructores de nuestro futuro. Apoderarnos del don que el trauma guarda para nosotros: la fortaleza de espíritu.

Johann W. Goethe lo dijo así (con estas palabras, y un abrazo, me despido):

He llegado a la conclusión aterradora
de que soy el elemento decisivo en mi vida.

Para los otros y para conmigo mismo
yo puedo ser una herramienta de tortura
o un instrumento de inspiración.

Es mi respuesta la que decide
si una crisis escala o no.
Son mis acciones las que deciden
si yo me ennoblezco o me degrado
y si humanizan o deshumanizan a los demás.

Soy el poder de mi vida...


Toda la información es recopilada de internet